En su Elogio de la palabra, Maragall reflexiona sobre la grandeza de la palabra, su carácter divino, su capacidad de fundar ámbitos de entreveramiento y sus posibilidades de abrirse a la solidaridad humana. Tener el don de la palabra, ser elocuente, compromete al hombre a responder adecuadamente a esa dignidad que le ha sido concedida por el Creador. Por ello, el hombre responsable –el que responde adecuadamente a la apelación de lo valioso- no pronuncia palabras vanas, vacías ni groseras, sino que busca recogerse en el silencio profundo de la contemplación, en actitud de acogimiento espiritual, para que broten de él palabras siempre auténticas y llenas de vida, que son las dichas con amor, aquellas que establecen solidarios vínculos de convivencia entre los seres humanos.
"Doncs jo crec que la paraula és la cosa més meravellosa d'aquest món, perquè en ella s'abracen i's confonen tota la meravella corporal i tota la meravella espiritual de la nostra naturalesa...

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